Hacia los años 1940 en Calahorra existía una fábrica de pastas alimenticias llamada MAKÚ

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Hacia los años 40 en Calahorra existía una fábrica de pastas
alimenticias llamada MAKÚ.
Antes MAKÚ pertenecía a D. Esteban Lana y cuando él la quiso
cerrar, mi bisabuelo D.Carlos Ameyugo Calvo, se la compró.
Cambió de lugar la fábrica y la construyó en el actual centro de la
ciudad, donde lo que ahora es la farmacia Ameyugo, la vivienda
número 12 y el Banco Popular.
Esteban Lana le puso ese nombre a la empresa en honor a su hija
a la que le solían llamar Makú y mi bisabuelo lo mantuvo.
Cuando Carlos Ameyugo Calvo empezó a construir el edificio que
albergaría la fábrica, se encontraron monedas romanas, ya que
antes todo lo que ahora es el Mercadal era un circo romano.
Todas las monedas y restos arqueológicos encontrados en la
excavación del edificio fueron donados a la biblioteca municipal
de Calahorra.
A la apertura de la nueva fábrica vino un señor catalán llamado
Saula a montar las máquinas más novedosas de la época y a
enseñar cómo funcionaban.
Aquellas máquinas sólo hacían la
mezcla con harina, agua y un poco de sal. Esta mezcla era
utilizada para todos los tipos de pasta fabricados y luego a través
de distintos moldes se les daba su forma: tallarines, macarrones,
estrellitas, lluvia, etc.
Luego sacaban aquella mezcla como en cortinas y una persona se
encargaba de cortarla a la medida de su paquete referente al
fideo. Después, pasaban a manos de las mujeres el pesado y el
empaquetado.
Trabajaban aproximadamente unas diez personas, dos hombres
que controlaban las máquinas y ocho señoras. Solía haber una o
dos en las oficinas y las demás dando la forma a la pasta. A veces
en los pedidos muy urgentes no había nadie en las oficinas y
estaban todas dando la forma a la pasta para tenerla lo antes
posible.
En aquella época no se consumía mucha pasta. Se vendía a
algunas tiendas, a conventos y a cuarteles de soldados.
La fábrica estaba formada por tres plantas: en la planta baja
estaban las máquinas de envasado, las máquinas que hacían la
mezcla y las oficinas. En esta planta baja, entraban los camiones
a cargar los pedidos para luego distribuirlos a su destino. En la
primera y en la segunda estaban los secaderos, donde se ponía la
masa para que se secase.

Luego, aparte de los secaderos, en la
primera planta mi bisabuelo poseía un piso en el que vivía con su
mujer Carmen y sus hijos Teresa y Carlos Javier.
Cuando la pasta ya estaba moldeada, se ponía en unas bandejas
y cuando todas las bandejas del carro se llenaban, estas se
transportaban a través del montacargas a los secaderos situados
en los pisos segundo y tercero. Allí se secaban a través de
ventilación natural y ventiladores eléctricos. Había un ascensor
de carga que comunicaba todas las plantas de la fábrica. Cada
cierto tiempo pasaba una persona para controlar los secaderos y
dependiendo de cómo fuera la humedad y la temperatura le
daba más o menos fuerza a los ventiladores.
En aquello años resultaba muy difícil encontrar la harina para
hacer la pasta, lo que suponía una gran dificultad para esta
empresa.
MAKÚ se acabó cerrando porque en España se empezó a
consumir mucha más pasta. Entonces se empezaron a crear
nuevas leyes para estas empresas, así que las más antiguas
necesitaban cambiar toda su maquinaria. Y entonces, MAKÚ
creyó que no le resultarían rentables todos estos cambios nuevos
y Carlos Ameyugo Calvo cerró la empresa aproximadamente en
1977 ya que sus hijos decidieron no continuar con el negocio
familiar.

http://www.amigosdelahistoria.es/sites/default/files/B_12_PASTAS%20MAK%C3%9A_ganador.pdf

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